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miércoles, junio 24, 2009

El elefante encadenado



Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.

Durante la función, la enrome bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...

Extraido del libro Recuentos para Demian, de Jorge Bucay

martes, junio 16, 2009

El dia que trataron de acabar con el Amor




Hubo una vez en la historia del mundo, un día terrible en el que el odio, que es el rey de los malos sentimientos, los defectos y las malas virtudes convocó a una reunión urgente con todos ellos.
Todos los sentimientos negros del mundo y los deseos mas perversos del corazón humano llegaron a esta reunión con curiosidad de saber cual era el propósito.
Cuando estuvieron todos hablo el Odio y dijo:
“Los he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien".
Los asistentes no se extrañaron mucho pues era el Odio que estaba hablando y el siempre quiere matar a alguien, sin embargo todos se preguntaban entre si quien seria tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos.
Quiero que maten al Amor", dijo. Muchos sonrieron malévolamente pues más que uno le tenía ganas.
El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo:
“Yo iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto, provocaré tal discordia y rabia que no lo soportara".
Al cabo de un año se reunieron otra vez y al escuchar el reporte del Mal Carácter quedaron tan decepcionados.
“Lo siento, lo intenté todo pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor la superaba y salía adelante”.
Fue entonces cuando muy diligente se ofreció la Ambición que haciendo alarde de su poder dijo:
“En vista de que El Mal Carácter fracasó, iré yo. Desviaré la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y por el poder. Eso nunca lo ignorará”.
Y empezó la ambición el ataque hacia su víctima quien, efectivamente cayó herida pero después de luchar por salir adelante renunció a todo deseo desbordado de poder y triunfó de nuevo.
Furioso el Odio, por el fracaso de la Ambición envío a los Celos, quienes burlones y perversos inventaban toda clase de artimañas y situaciones para despistar el amor y lastimarlo con dudas y sospechas infundadas.Pero el Amor confundido lloró, y pensó que no quería morir y con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos y los venció.
Año tras año, el Odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros, envío a la Frialdad, al Egoísmo, a la Cantaleta, La Indiferencia, la Pobreza, La Enfermedad y a muchos otros que fracasaron siempre porque cuando el Amor se sentía desfallecer tomaba de nuevo fuerza y todo lo superaba.
El Odio convencido de que el Amor era invencible les dijo a los demás:
“Nada que hacer. El Amor ha soportado todo, llevamos muchos años insistiendo y no lo logramos”.

De pronto de un rincón del salón se levantó un sentimiento poco conocido y que vestía todo de negro, con un sombrero gigante que caía sobre su rostro y no lo dejaba ver, su aspecto era fúnebre como el de la muerte:
"Yo matare el Amor", dijo con seguridad.
Todos se preguntaron quien era ese que pretendía hacer sólo lo que ninguno había podido. El Odio dijo: “ve y hazlo".
Tan solo había pasado algún tiempo cuando el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles después de mucho esperar que por fin EL AMOR HABIA MUERTO.
Todos estaban felices pero sorprendidos. Entonces el sentimiento del sombrero negro habló:
“Ahí les entrego el Amor totalmente muerto y destrozado” y sin decir más se marchó.
“Espera " dijo el Odio, “en tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿¿Quien eres??”
El sentimiento levantó por primera vez su horrible rostro y dijo:

SOY LA RUTINA

Cuento Anonimo.

miércoles, junio 10, 2009

El leñador tenaz




Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel. El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque. El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó dieciocho árboles.

-Te felicito-le dijo el capataz-. Sigue así.

Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano.

A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.

-Debo de estar cansado—pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.

Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol. Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento. El capataz le preguntó:

-¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?

-¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar, he estado demasiado ocupado talando árboles.

¿De qué sirve empezar con un enorme esfuerzo que pronto se volverá insuficiente? Cuando me esfuerzo, el tiempo de recuperación nunca es suficiente para optimizar mi rendimiento.
Descansar, cambiar de ocupación, hacer otras cosas, es muchas veces una manera de afilar nuestras herramientas. Seguir haciendo algo a la fuerza, en cambio, es un vano intento de reemplazar con voluntad la incapacidad de un individuo en un momento determinado.


Extraido del libro: Causas motivacionales, de Abelardo Cruz Beauregard

Tierras del sur


Amanece con gotas de rocio,
entonando la tierra al sol.
De color tinto un rio,
cruzando las minas que le dan color.

Tierra de navegantes,
que acompañaron al descubridor.
Sierras colindantes,
de donde nace el buen sabor.

Aterciopeladas playas al sur,
bañadas por un océano azul.
Donde al perderse el sol,
un atardecer te regala con calor.

Al sur nacen estas tierras,
donde se vive con alegría.
Al sur escribo estas letras,
a Huelva, tierra de simpatia.

martes, junio 02, 2009

La visita de tu vida




Un señor hacía una gira turística por Europa. Al llegar al Reino Unido, compró en el aeropuerto una especie de guía de los castillos de las islas. Algunos tenían días de visita y otros, horarios muy estrictos. Pero el más llamativo era el que se presentaba como "La visita de tu vida".

En las fotos, por lo menos, parecía un castillo ni más ni menos espectacular que otros, pero se lo recomendaba muy especialmente... Se explicaba allí que, por razones que después secomprenderían, las visitas no se pagaban por anticipado, pero era imprescindible pactar una cita; es decir, día y hora.

Intrigado por lo diferente de la propuesta, el hombre llamó desde su hotel esa misma tarde y acordó un horario. Las cosas han sido siempre iguales en el mundo: basta que uno tenga una cita importante, con hora precisa y necesidad de ser puntual, para que todo se complique. Esta no fue la excepción y diez minutos más tarde de la hora pactada, el turista llegó al palacio.

Se presentó ante un hombre con falda a cuadros que lo esperaba y que le dio la bienvenida.

-"¿Los demás ya pasaron con el guía?", consultó al no ver a ningún otro visitante.

-"¿Los demás? -repreguntó el hombre- No. . . las visitas son individuales y no tenemos guías que ofrecer".

Sin hacerle mención del horario, le explicó un poco de la historia del castillo y le refirió algunos detalles sobre los que debía prestar especial atención. Las pinturas en los muros. Las armaduras del altillo. Las máquinas de guerra del salón norte, debajo de la escalera, las catacumbas y la sala de torturas en la mazmorra.

Dicho esto, le dio una cuchara y le pidió que la
sostuviera en forma horizontal, con la parte cóncava
hacia el techo.

-"¿Y esto?", preguntó el visitante.

-"Nosotros no cobramos un derecho de visita -aclaró el recepcionista- Para evaluar el costo de su paseo recurrimos a este mecanismo. Cada visitante lleva una cuchara como esta, llena hasta el borde de arena fina. Aquí caben exactamente 100 gramos. Después de recorrer el castillo pesamos la arena que ha quedado en la cuchara y le cobramos una libra por cada gramo que haya perdido... Una manera de evaluar el costo de la limpieza", concluyó.

-"¿Y si no pierdo ni un gramo?".

-"Ah, mi querido señor, entonces su visita al castillo será gratuita"

Entre divertido y sorprendido por la propuesta, el hombre vio cómo el anfitrión colmaba de arena la cuchara y comenzó su viaje. Confiando en su pulso, subió las escaleras muy despacio y con la vista fija en la cuchara.

Al llegar arriba, a la sala de armaduras, prefirió no entrar porque le pareció que el viento haría volar la arena y decidió bajar de manera cuidadosa.

Al pasar junto al salón que exhibía las máquinas de guerra, debajo de la escalera, se dio cuenta de que para verlas con detenimiento, era necesario inclinarse muy forzado y sostenerse de la barandilla.

No era peligroso para su integridad, pero hacerlo implicaba la certeza de derramar algo del contenido de su cuchara, así que se conformó con mirarlas desde lejos. Otro tanto, le pasó con la más que empinada escalera que conducía a las mazmorras.

Por el pasillo, de regreso al punto de partida, caminó contento hacia el hombre de la falda escocesa que lo aguardaba con una balanza. Allí vació el contenido de su cuchara y esperó el dictamen.

-"Asombroso, ha perdido menos de medio gramo -anunció- lo felicito y tal como usted predijo, esta visita le ha salido gratis".

-"Gracias...".

-"Y... ¿ha disfrutado de la visita?", preguntó el de la recepción.

El turista dudó y, por último, decidió ser sincero.

-"La verdad es que no mucho. Estaba tan ocupado en cuidar de la arena que no tuve oportunidad de mirar lo que usted me señaló".

-"Pero... ¡Qué barbaridad!... Mire, voy a hacer una excepción. Voy a llenarle otra vez la cuchara, porque es la norma, pero ahora olvídese de cuánto derrama; faltan 12 minutos para el turno del próximo visitante. Vaya y regrese antes de que él llegue".

Sin perder tiempo, el hombre tomó la cuchara, corrió hacia el altillo, al llegar allí dio una mirada rápida a lo que había, bajó más que corriendo a las mazmorras y llenó las escaleras de arena. No se quedó casi ni un momento porque los minutos pasaban y prácticamente voló hacia el pasaje debajo de la escalera. Al inclinarse para entrar, se le cayó la cuchara y derramó todo el contenido.
Miró su reloj: habían pasado 11 minutos.

Dejó otra vez sin ver las máquinas y corrió hasta el hombre de la entrada a quien le entregó la
cuchara vacía.

-"Bueno, esta vez sin arena, pero no se preocupe, tenemos un trato".

-"¿Qué tal? ¿Ahora, disfrutó la visita?"

Otra vez el visitante dudó unos momentos y respondió:

-"La verdad es que no; estuve tan ocupado en llegar antes que el otro, que perdí toda la arena, pero igual no disfruté nada".

El hombre de la falda, encendió su pipa y le dijo:

-"Hay quienes cuando recorren el castillo, "la visita de su vida", tratan de que no les cueste nada, no pueden disfrutarlo. Hay otros tan apurados en llegar pronto, que lo pierden todo sin disfrutarlo. Unos pocos, aprenden esta lección y se toman su tiempo para cada recorrido. Descubren y disfrutan cada rincón, cada paso. Saben que no será gratuito, pero entienden que los costos de vivir valen la pena".


Extraido: Cuenta conmigo, Jorge Bucay