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sábado, diciembre 26, 2009

Cosas del cielo




Un hombre, su caballo y su perro, caminaban por una calle. Después de mucho andar, el hombre se dio cuenta que los tres habían muerto en un accidente. Hay veces que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su nueva condición.
La caminata era muy larga, cuesta arriba y el sol quemaba tan fuerte que a veces parecía que los iba a derretir, los tres estaban empapados en sudor y con una sed atormentadora. Necesitaban desesperadamente agua para calmar el tormento de la sed. En un recodo del camino, avistaron un portón extraordinario, estaba construido con una sola placa de mármol que conducía a una plaza calzada con bloques de oro puro, en el centro de la cual había una roca de donde brotaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que desde un altillo cuidaba la entrada.
- Buenos días – dijo el caminante.
- Buenos días – respondió el hombre
- ¿Qué lugar es este? ¡Es tan hermoso!
- Este lugar es el cielo – fue la respuesta
- ¡Estupendo, hemos llegado al cielo, tenemos mucha sed! – dijo el caminante.
- Usted puede entrar a beber toda el agua que desee – dijo el guardián indicándole la fuente.
- Mi caballo y mi perro también tienen sed.
- Lo lamento mucho – le dijo el guarda – aquí no se permite la entrada de animales.
El hombre se sintió muy decepcionado, ¿cómo podía ser el cielo un lugar que no permitía la entrada a los animales? Su sed era tan grande como la de sus compañeros de camino, así que decidió que el no bebería dejando a sus amigos fuera. Decidió proseguir su camino cuesta arriba con la sed y el cansancio multiplicados, después de mucho andar, lograron arribar a un sitio, cuya entrada estaba señalada por un viejo portón entreabierto. El portón daba a un camino de tierra, con árboles a ambos lados que lo mantenían en la sombra. Allí bajo los árboles, un hombre estaba recostado, con la cabeza cubierta con un viejo turbante, parecía dormido.
- Buenos días amigo – dijo el caminante – disculpe que le haya perturbado el sueño.
- Buenos días – dijo el hombre – sea bienvenido.
- Tenemos mucha sed, yo mi caballo y mi perro.
- Hay una fuente en aquellas piedras – dijo el hombre indicando el lugar – pueden beber toda la que quieran.
El hombre, el caballo y el perro se encaminaron a la fuente y saciaron su sed.
- Muchas gracias – dijo el caminante – por cierto, que lugar es este tan hospitalario, nos gustaría quedarnos.
- Este lugar es el Cielo – respondió el hombre.
- ¿Cielo? ¡Pero si el hombre que estaba de guardia junto al portón de mármol me dijo que allí era el cielo!
- Aquello no es el cielo, ese lugar es el infierno.
El caminante se quedó perplejo.
- Esa información falsa debe causar grandes confusiones – le contestó el caminante.
- De ninguna manera – respondió el hombre – en verdad, ellos nos hacen un gran favor. Porque allí suelen quedarse aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.


Extraido: http://eneadanza.wordpress.com/

martes, diciembre 15, 2009

Dejame contarte



Dejame que te cuente mi sueño,
que cada una de mis palabras te haga libre,
caminando por las baldosas sin dueño,
escritas en un mundo alegre.

Dejame que te acompañe por el camino,
regalándote momentos enmarcados,
bajo la brisa de la armonia del momento,
y de bañados en sentimientos compartidos.

Dejame que cada día sea diferente,
que cada palabra sea el sol de tu mañana.
Porque, contigo, mi corazón siente,
porque , contigo, uno cree en las hadas.

miércoles, diciembre 09, 2009

El buscador




Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador
Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco esa alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda.
Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción … "Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días". Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía "Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas". El buscador se sintió terrible mente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
- No ningún familiar dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?.
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fu lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿ Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.
Extraido: Cuentos para pensar, de Jorge Bucay