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martes, mayo 01, 2007

Los cien días del plebeyo



Una bella princesa estaba buscando marido. Nobles y ricos pretendientes llegan de todas partes con maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos, tronos etc. Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo que no tenía más riqueza que el amor y la perseverancia. Cuando llegó el momento de hablar, dijo:

-Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropa que las que llevo puesta. Esa será mi dote.
La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar:

-Tendrás la oportunidad: si pasas esa prueba, me desposarás.
Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció afuera del palacio, soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañar, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente súbdito siguió firme a su empeño sin desfallecer un momento.

De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, que con un noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena. Todo iba bien a las mil maravillas, se hicieron apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos.
Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se alejo lentamente del lugar donde había permanecido cien días.
Unas semanas después, mientras deambulaban por un solitario camino, un niño de de la comarca lo alcanzó y le preguntó directamente:

-¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr la meta, ¿por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?

Con profunda consternación y lágrimas mal disimuladas, el plebeyo contestó en voz baja:
-La princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor.

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